"¡El que se moja no se enoja!" era el grito de guerra en los barrios cuando pasaba una señorita y, con cara de perro, intentaba hacerse un escudo invisible para rechazar los bombuchazos. De poco servía: los globos llenos de agua viajaban por el aire y se estrellaban (en el mejor de los casos) en su espalda, y lo que seguía era un extenso recitado de insultos y luego una catarata de risas maliciosas por parte de los batallones de soldados acuáticos apostados en las esquinas.
Esas escenas se ven cada vez con menor frecuencia en los barrios tucumanos. En algunos casos, la nieve reemplazó a las bombuchas en los juegos de carnaval; en otros, ya ni siquiera se juega con agua. Lo curioso es que no todos extrañan esos misiles de H2O, que en más de una ocasión provocaron accidentes y malos tragos. "Mucho mejor. No me gustaba que me mojen y menos que tiren tan fuerte; en un momento se volvió violento. Para los chicos era un peligro, porque se metían la bombita en la boca y se podían ahogar", dice Marcela Correa, de 35 años, vecina del barrio Agrimensor. Según su experiencia, ni en su barrio ni en otros por los que circula se ven chicos arrojando bombuchas. Rosa (pide que no publiquemos su apellido) tiene un almacén emblemático en Villa Luján, zona en la que se jugaba al carnaval a toda hora. En su local quedaron bombuchas del año pasado, pero asegura que, hasta el momento, nadie fue a pedirle. "Este año no compré, pero tampoco me pidieron. Recuerdo que en mi niñez grandes y chicos compartían ese momento y se tiraban agua a baldazos, con mangueras, o con lo que tuvieran a la mano", añora Rosa, de 76 años.
Made in China
La calidad de los globitos para agua también ha cambiado. La marca Bombucha, la que le dio el nombre, es fabricada por la firma Cidal en San Luis y sigue siendo la más pedida, aunque también la más cara. En algunos casos se encuentran con más facilidad las de fabricación china. A los adultos que jugaban con las tradicionales Bombucha todavía les vuelve el perfume que las caracterizaba, así como el sabor a talco que quedaba en la boca.
En las épocas de malaria de billeteras se las vendía sueltas y se las cuidaba como oro. "Se te reventaba una y era una amargura, por eso era fundamental tenerlas en un balde con agua", instruye Mario López (53), también de Villa Luján. Su vecino, Roberto Acevedo, recuerda que las bombitas le dieron de comer en una época: "siempre fui comerciante y las vendíamos hasta arriba del ómnibus. La gente compraba un montón, porque toda la familia jugaba", dice, y admite que no siempre vendió las de mejor calidad, sino las que había "en plaza". "La gente compraba, la cosa estaba en saber venderlas", presume.
Los vendedores ambulantes son un buen termómetro para medir tendencias de consumo. En estos días se podía ver en los puestos decenas de aerosoles de espuma y pocas bolsas de bombuchas. Lo mismo en los locales de cotillón. "En este momento están agotadas tanto las bombuchas como la nieve, pero esta última sin dudas ha reemplazado a las bombitas de agua", asegura Máximo Suárez (24), propietario de uno de estos comercios instalado en el centro.
Quedaron atrás, entonces, las siestas pasadas por agua, los pequeños soldados con armas de látex y las lluvias de bombuchas que caían desde los balcones céntricos. Para muchos será sólo un recuerdo afortunadamente pisado, pero otros nunca olvidarán el sabor a goma en los labios y los enojos que muchas veces terminaban en sonrisa.